No recuerdo el nombre de la serie, sólo sé que era martes por la noche. Mi madre y mi hermana me advirtieron, pero yo sentía una enorme curiosidad. Me metí debajo de la mesa del salón. Dos imágenes perturbaron mis sueños durante años: una persona encerrada en la caja isotérmica de una furgoneta y un vampiro martilleando el cristal de una ventana, mostrando sus afilados colmillos.
Estoy convencido de que algo parecido nos ha pasado a la mayoría, porque el miedo, el terror, la angustia son sensaciones que nos causan atracción y rechazo a partes iguales, que nos obligan a seguir mirando la pantalla a través de los dedos entreabiertos. En 2004 Fernando Iwasaki publicó una maravillosamente inquietante colección de relatos, «Ajuar funerario», que en 2009 llegó a su quinta edición.
Con un poco de Poe, un tanto de Lovecraft, una pizca de Borges y mucho, muchísimo de historia familiar en Perú, Iwasaki construye cien “supositorios de terror” que estremecerán al lector que ose acercarse a ellos.
Ya desde las primeras palabras que inauguran el libro el autor va escanciando la genialidad ocurrente que lo caracteriza, pues la cita previa al prólogo es: “Y ahora, abra la boca” (El dentista). A lo largo de las páginas de «Ajuar funerario» vamos encontrando continuas muestras de ingenio unidas a las leyendas tradicionales del género: hombres-lobo, vampiros, autoestopistas… Aunque se detiene en varias ocasiones en una visión peculiar – que comparto – de la religiosidad, especialmente, en lo que hace referencia a monjas y santas. También aparece, por supuesto, el recurrente mundo de la infancia (quién podrá olvidar a las gemelas de «El resplandor»).
Y como los textos de «Ajuar funerario» son muy cortos, y como dicen que para muestra un botón, trasladaré un relato que ha inquietado y asqueado a un tiempo a cada persona que hago que lo lea. Sólo espero que sirva para reflejar una mínima parte de la genialidad creadora de Iwasaki, aunque también puede ser una maldición o un castigo, o la liberación que tanto he esperado desde que hace cinco años leí este libro por primera vez (cuando lo hagan entenderán mejor mis palabras).
LAS RELIQUIAS
Cuando la madre Angelines murió, las campanas del convento doblaron mientras un delicado perfume se esparcía por todo el claustro desde su celda. «Son las señales de su santidad», proclamó sobrecogida la madre superiora. «Nuestro tesoro será descubierto y ahora el populacho vendrá en busca de reliquias y el arzobispo nos quitará su divino cuerpo». Después del santo rosario nos arrodillamos junto a ella. Hasta sus huesos eran dulces (p.19).
Que bueno, jejeje. Que buena forma de poner a buen recaudo los restos de la madre Angelines. Como reza el refrán: “ni los huesos dejaron”. Me apunto a Iwasaki, gracias por el aporte!
Iwasaki merece mucho la pena. Tiene un humor muy negro, tremendista. “Neguijón” es un puntazo y sus libros de relatos siempre tienen algunos antológicos.
Gracias por la recomendación!